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El eco del paisaje en el corazón del viajero

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Baryphthengus martii


¿De dónde vengo? Podría uno formularse esta como una de las preguntas fundamentales que, de una u otra manera, nos ha llevado como personas a explorar esferas que salen de la cotidianidad, como una fuente que moviliza, que inspira la curiosidad y las ansias por explorar.


Así mismo, es en el día a día —aquello que está de frente, lo más próximo y en gran medida comprensible— donde se configura la propia experiencia, iluminada por la atención.


Por Diego Castilla @diegokastilla




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Mecana es una comunidad costera en el Pacífico colombiano, cercana a Bahía Solano, en el departamento del Chocó. Me fue revelada mientras trabajaba en la región de Atacama, al norte de Chile, como fotógrafo, participando en la actividad de avistamiento de ballenas y en algunos muestreos realizados con uno de los magníficos misticetos que pasan gran parte de su tiempo alimentándose en las cercanías de la isla Chañaral, zona por donde circula la corriente de Humboldt. Además, habita allí un grupo residente de delfines nariz de botella, lobos marinos comunes que conforman una de las colonias más grandes del Pacífico sur, y lobos de dos pelos; también el simpático pingüino de Humboldt y muchos otros mamíferos marinos, aves y peces que le otorgan a este lugar su carácter de hotspot de biodiversidad.

La ballena fin cuenta con un gran aura de misterio, pues poco se sabe de sus rutas migratorias y menos aún de los lugares exactos donde se aparean o dan a luz; sin embargo, es la especie más afectada por la principal causa de mortalidad de los gigantes del océano: las colisiones con grandes embarcaciones.



Fue en la Patagonia argentina donde recibí mis primeras apreciaciones por el entorno natural. La zona donde habito desde 2014 ofrece una paleta de colores a simple vista opacos y homogéneos, propios de la estepa. Sin embargo, también está poblada por una gran diversidad de animales altamente adaptados, como los choiques, guanacos, pumas, armadillos y maras, que se acomodan a estos tintes para sobrevivir. Allí mismo, un brillante horizonte se pinta en el Golfo Nuevo, irrigado por el océano Atlántico, que junto al golfo San José da forma a la Península Valdés, considerada Patrimonio de la Humanidad, brindando el temple idóneo para que la vida florezca en esta parte del frío sur.



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Durante gran parte del año, este territorio se ve acompañado por la presencia de animales llamativos, como elefantes y lobos marinos, pingüinos de Magallanes, delfines oscuros, aves costeras como flamencos y petreles, orcas y las más preciadas ballenas francas australes, que anualmente, en época de apareamiento y nacimientos, pueden verse con facilidad desde la costa mientras se desplazan, danzan en grupos de cópula o emergen al aire dejando esparcido el asombro. Por esto mismo, Puerto Madryn es conocida como la ciudad de las ballenas en Argentina.




Habitar hoy en la Fundación Jardín Botánico del Pacífico, en la cercanía del interfaz del mar con el bosque húmedo tropical —es decir, el manglar—, trae consigo un elemento que puede encontrarse en otros espacios, pero aquí, siendo el Chocó biogeográfico uno de los lugares más biodiversos del mundo, ese elemento encuentra terreno fértil para anclarse y dejar que su efecto alimente directamente el cuerpo o alguna otra parte menos tangible del interior. Podríamos llamarle espíritu, ser o, simplemente, aquello que recibe las múltiples impresiones naturales que un medio puede crear.


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Atelopus spurrelli


Estas impresiones, además de estar presentes en cada instante de la experiencia humana, constituyen, a mi parecer, lo que se percibe en el mundo circundante de un individuo. Aunque puedan parecer abstractas, existe entre ellas una relación de inmensa necesidad con el concepto de servicios ecosistémicos, que surge como una herramienta en la relación con el ecoturismo —en Colombia y en muchas otras partes del mundo— para visibilizar el valor real que tiene el paisaje puro y vivo en nosotros, no solo como sustento de nuestra supervivencia, sino también como fundamento de la contemplación y del bienestar personal y colectivo.


Aunque parezca que la antigua concepción de la naturaleza como fuente de recursos para explotar sin considerar los procesos que la sostienen ya pertenece al pasado, en realidad sigue rigiendo más de lo que se cree. Comportamientos consecuentes se reflejan en las grandes decisiones políticas respecto al ambiente. Los beneficios invisibles que nos brinda el ecosistema —como el aire limpio, el agua, la polinización de cultivos o la regulación del clima— son ignorados. Frente a la creciente degradación ambiental y la desconexión entre las decisiones económicas y la salud del planeta (y, por tanto, la nuestra), considerar los servicios ecosistémicos y el paisaje como producto busca integrar la naturaleza en las políticas públicas, la planificación territorial y la conciencia social: algo así como darle un valor monetario para que la razón pueda concebir la idea de que la naturaleza vale.


Por ejemplo, sin ser autoridad en el tema —solo desde la indagación y el anhelo de comprender aquello que despierta la observación del entorno—, puedo decir que un humedal urbano no solo es hábitat de aves, anfibios y reptiles, sino que también previene inundaciones y mejora la calidad del agua. O que el manglar de mangle piñuelo, muy llamativo por su fruto en forma de corazón cerca de la casa principal del Jardín Botánico, actúa como barrera natural frente a la erosión costera y las marejadas, siendo además hogar de innumerables especies y almacén de grandes cantidades de carbono: una expresión viva del arte decorado con musgos y bromelias, de evolución y adaptación.


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Pyrilia pulchra


Entre las impresiones que deja el territorio, hay una en particular que suele conmover a la mayoría de las personas y que también fue mi primer motivo para llegar aquí: volar hasta el Chocó con ese propósito, embarcarse desde Bahía Solano hasta Mecana y, desde allí, hacia el horizonte abrazado por el golfo de Cupica; buscar a lo lejos una columna de vapor que rompe la superficie y divisar aletas o lomos de animales capaces de navegar medio planeta.


Con fortuna, ver su cuerpo expuesto al aire. Oír sus cantos y aprender de su complejidad nos ha revelado su capacidad cultural. Las ballenas, los seres más grandes que han existido, están ahora más cerca de nosotros con un nuevo vínculo de confraternización. Han transformado la vida de la humanidad: buscar su historia impacta, ver cuánto dependimos de ellas y cuál fue la relación que en ese entonces existió con estos hoy preciados animales.


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Megaptera novaeangliae


Como caqueteño, con infancia transcurrida a orillas de un sinuoso río sedimentario llamado Guayas —afluente menor de los ríos de la cuenca amazónica—, guardo cierta familiaridad con los paisajes verdes, las arboledas espesas y los humedales o cananguchales. Más tarde aprendí sobre el arrinconamiento que sufren estos ecosistemas —y, por ende, la fauna que los habita— por el brillo de los pastos extensos, los potreros resultantes del desmonte para ganadería extensiva y monocultivos, entre otros. Este departamento es uno de los más afectados en Colombia por la deforestación. Por eso, ahora en el Chocó, siento casi un lujo y privilegio caminar circundado por un bosque primario adquirido por la fundación con el fin de mantenerlo así: puro, vivo, natural. Allí se pueden apreciar las interacciones entre musgos, epífitas y enormes árboles como ceibas bongo, sandes y chiobas, además de lianas y bejucos que se entrelazan buscando luz, junto a una abundante fauna que solo aquí puede encontrarse.


Amazilia tzacatl


Esta vida entramada y exuberante podría poner los sentidos de punta al primer contacto, y si bien despierta el asombro del visitante, no toda su voz se despliega de inmediato. En mi experiencia —tras un entrenamiento progresivo que me llevó a ser guía en las actividades del Jardín—, pude notar cómo al principio la selva se mostraba estrecha, de verdes oscuros y uniformes; sonidos que despistan, aves que cruzan inadvertidas entre los árboles y la dificultad evidente para encontrar algún anfibio o reptil en el suelo o entre las ramas.


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Inspirado por la energía que emana de cada ecotono, cuanto más transitaba los senderos, más se abrían la vista y el oído. Las percepciones, cada vez más finas, continuaron la tarea de enseñar.


Dipoglossus monotropis


La acción repetida, la curiosidad constante y la atención al detalle —aun sin poderlo saborear del todo— permiten abrazar un sonido a la vez, escuchar relatos de guías y nativos y, poco a poco, desvestir la atención acorazada. Así puede conocerse ese vínculo no experimentado con un espacio natural particular o con los ecosistemas en general.



Mucho se ha dicho sobre los estímulos repentinos e incoherentes, la velocidad y exposición a emisiones químicas, visuales, sonoras y electromagnéticas (wifi, telefonía, etc.), que activan una protección psíquica involuntaria que nos permite transitar el ajetreo urbano.

Pero ello también deja huellas físicas. Surgen entonces preguntas sobre qué nos condujo a este ritmo de vida y al abandono de los espacios vivos, donde la intervención suele orientarse a lo que pueda explotarse.



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Compartiendo medicina Amazonica en Ceiba Bonga.


Sin embargo, el poder de las intenciones colectivas puede moldear los espacios en los que habitamos. Aunque sea un proceso lento, manifestar nuevas miras y prioridades individuales puede transformarse en una fuerza colectiva capaz de traccionar el cambio necesario: proteger los ecosistemas, cuidar lo que ya tenemos y fomentar la recreación en espacios verdes dentro de los grandes centros poblacionales.


Visitar el Chocó es una gran oportunidad para redescubrirse en la selva o en el mar, también en el manglar que une esos mundos distintos con un mismo lenguaje. Aquí he aprendido a transitar el camino usando más de los sentidos, a viajar con los sonidos y sus pausas, que son la coherencia necesaria que ya conocían los antiguos y que el presente nos pide recordar para reencontrarnos con lo que somos.


Mono: Ateles fusciceps • Ave: Lophostrix cristata


Buscar estos espacios ayuda a despertar conciencia. Está al alcance, vibrando como la fuerza con que los pueblos emberá golpeaban las raíces del árbol Carra, como el fuego intenso que resiste el colibrí mientras se posa en las heliconias para libar, o como las jorobadas que recorren miles de kilómetros con sus poderosas aletas, saltos y pausas pacientes. Firmes son los cantos que componen las mensajeras entre agua y tierra, porque en estos gigantes existen ambos mundos, y no somos tan diferentes como se creía. De ellas se escucha una invitación a la unión, traducida en la admiración por todo lo que nos rodea.


— Diego Castilla @diegokastilla.

Fotos por Copyright © 2025 Diego Castilla. Todos los derechos reservados.

Prohibida su reproducción sin autorización.

 
 
 

3 comentarios


Mery Rodriguez
Mery Rodriguez
hace 4 días

Diego gracias por tan bello escrito que invita a cuidar nuestra madre tierra , muchos estamos hechos para ser guardianes pero ese aférrelo que nos narras tras tantos estimulos discordantes en muchos casos aleja a las personas de su llamado almico, por eso considero que el Jardín Botánico es un espacio donde las personas se pueden re encontrar de alguna manera considero esas partes de uno que ha alejado. Gracias por tan bello trabajo visual que has hecho en el jardín y en mi retiro.

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Gonzalo Castilla
Gonzalo Castilla
hace 4 días

Un llamado a cuidar esa diversidad tan hermosa que se tiene.

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Hermoso trabajo Diego! Un gran abrazo desde aquí: Patagonia Austral Argentina💌

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© 2023 by @Eltucanlopez

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